Lucia
¡Ay! ¿Hasta cuando podré olvidar?, 3 ciudades en menos de un año: Aguascalientes, Queretaro y ahora Monterrey. Me marche sin despedirme después de escribir una carta de más de 10 hojas, tal vez debí llevarla, lo único que pude hacer fue amarrarla a una pata del cardenal de mi abuela y dejarlo libre, como pensando que podría llegarle, solo encontré el reproche y la depresión de mi abuela.
Tenia tiempo con deseo de terminar la relación (relación desesperada). Con 43 años, con ella tuve mi relación más larga, desde joven sentí placer por desairar mujeres, cuando eran hermosas el placer era mayor, un día el tiempo pasó, la calvicie inicio, la talla del pantalón comenzó a crecer y esas damas se fueron con esa inercia del tiempo, eso hizo que buscara desesperadamente enamorarme, por noches soñé en sentirlo, en perderme en su sabor, como obsesión hable a ex pretendientes, primero Juanita, después Rubí, Karen, Maria, Soledad, Alejandra y todas respondieron con asombro lo mismo, un claro no y terminaron contándome de sus propias penas, de sus embarazos, hijos, negocios y fracasos.
Alejado de toda posibilidad de amor terminé por resignarme a que nunca llegaría, me dedique a cuidar a mi perro, remodelar la casa y por más tiempo a soportar las horas de oficina. Cuando había perdido toda esperanza observé a una mujer mayor que yo, saliendo del edificio de la empresa, vendía café a los oficinistas, me acerque y conversamos sobre banalidades, dos días después tuve otro acercamiento, ese día acordamos salir a esa misma noche para ver alguna película, ilusionado me preparé, por fin llegaba una mujer, sentía que debía estar junto a ella y así por fin tener mi historia de amor.
Todo fue muy rápido, esa noche me acompaño a mi casa y tuvimos sexo durante varias horas, el éxtasis lo sentía por todo el cuerpo, cada dedo que la tocaba parecía estar diseñado para ese fin. Pasaron los días y nuestro ritual era el mismo. Un día dejo un cambio de ropa, después unos grandes y brillantes tacones rejos, posteriormente el cargador de sus celular, cepillo dental, sin darme cuenta terminamos por vivir juntos.
Los meses fueron maravillosos, increíbles, tenia esperanza, de regreso a casa manejaba el coche con satisfacción y plenitud, como seguramente manejaron los soldados rojos al regresar de la segunda guerra, en cierta forma yo estaba preparándome para la mía.
Tiempo después las cosas cambiaron, se fue perdiendo, la seguridad que tenia me hizo buscar otras mujeres, ella hizo lo mismo. Despertábamos sabiendo que aunque esa noche habíamos podido replicar el ritual de la primera noche, durante el día tendríamos la cabeza llena de ideas destructivas, un abrazo por la tarde significaba dolar y tristeza; aún así los de la noche eran pasión y belleza, pasaron meses y se volvía insoportable. El dolor del amor me perseguía, luchaba por esconder tal sentimiento pero salía a flote.
-Amor, quiero hablar contigo. Dijo una tarde, me explicaba que llevaba meses despreciándome, cosa que compartíamos por lo cual solo pude mirarla y asentir, no podía negar o replicar algo, a fin de cuentas yo sentía lo mismo. Corrí a mi casa y sus cosas ya no estaban, me encontraba solo, tome mis cosas y me fui.
Desde ese día no puedo dejar de huir, los recuerdos de los primeros meses vienen a mi y aplastan toda mi cabeza, como si solo pudiera tener eso en mente, ahora me parece bello. Nunca le dije que me iba de la ciudad y me tortura que ella pueda estar buscando en casa, y que esos recuerdos mágicos de la relación puedan estar en ella también y sienta nuestra historia de amor.
Volviendo al departamento cada noche antes de dormir la pienso, cerrando los ojos la puedo casi tocar, siento alivio y susurro a su oído cuanto la amo y que su sombra, aún se acuesta en mi cama con la oscuridad, entre mi almohada y mi soledad.