jueves, 14 de enero de 2016

El reto de no morirse por dentro.

Mi madre me llama a la puerta, dice que me levante, no me gusta, lloro, pataleo y grito. Quiere que me siente y coma, yo quiero, en cambio alargar mi sueño, y es que los sueños a veces son bastante divertidos o te sumergen en historias o lugares que pueden ser lejanos o lugares dentro de ti, como ese lugar donde se guardan las palabras, ese sitio donde son escogidas y en lugar de lanzar un
               —¡No, quiero seguir durmiendo!
Se lanza un tímido
               —Si —y camino hacía la mesa y desayuno.
Desayuno huevos con pan, y es que desayuno en lugar de estar soñando y buscando por que desde hace días aunque me baño siento que apesto, desde adentro apesto, hay cosas que por dentro se están dañando.

Doscientos cincuenta y cinco es un número muy largo, podría escribirlo 255 y se vuelve corto pero también le quita el sentido, porque para mi tiene mas sentido decir que tengo doscientos cincuenta y cinco sueños, en lugar de decir desde hace 255 días que no duermo, lo veo absurdo, claro, pero si bien en este momento no sé que significa para mi ese número, una voz me retumba que no es por casualidad, porque desde ese lugar desde donde me pudro, se escogió primero 255 y no solamente diez o doce, igual no tendría mucho sentido pensarlo por mucho tiempo, porque si lograra encontrar la razón seguramente no la escribiría y lo dejaría así nada más para que ustedes lo vieran.

¡Acepto el reto! me sentare aquí y pondré mis símbolos a tu disposición, así nada más, sin pensarlo, para ver si logró ventilar mis entrañas.

miércoles, 13 de enero de 2016

Para buscarse hay que encontrarse.

Hay situaciones en la vida por ejemplo cuando leo un libro o una revista estando en un parque, una biblioteca o mi cuarto y logro por unos minutos olvidarme de donde se encuentra físicamente mi cuerpo porque por un momento puedo estar encerrado en un manicomio o amarrado de un árbol en el patio de una casa y pocas pero agradables veces disfrutando la entrada a un país llamado el Dorado. Y es que a fin de cuentas en esos momentos poco importa si un mosquito con algún virus te quiere picar en las piernas o si vas caminando y puedes chocar contra una puerta que esta cerrada.
También hay otros momentos en los que importa poco si el receptor entiende lo que digo, porque lo hago para envolverme en mi discurso, tratar de buscar esos símbolos pegados a las palabras que puedan llevarme a descubrir mientras le habla al otro quien soy. Y no siempre es solo mi historia, mis vivencias mis recuerdos, otras veces lo que hablo es ese discurso que escuche, que me dijeron, que esta grabado en una placa de un parque o que esta escrito en un libro de texto. Las personas somos un gran discurso, con distintos temas que se engloban en un solo sujeto, información condensada en lo que a veces y solo por partes podemos ver en un espejo.