miércoles, 13 de enero de 2016

Para buscarse hay que encontrarse.

Hay situaciones en la vida por ejemplo cuando leo un libro o una revista estando en un parque, una biblioteca o mi cuarto y logro por unos minutos olvidarme de donde se encuentra físicamente mi cuerpo porque por un momento puedo estar encerrado en un manicomio o amarrado de un árbol en el patio de una casa y pocas pero agradables veces disfrutando la entrada a un país llamado el Dorado. Y es que a fin de cuentas en esos momentos poco importa si un mosquito con algún virus te quiere picar en las piernas o si vas caminando y puedes chocar contra una puerta que esta cerrada.
También hay otros momentos en los que importa poco si el receptor entiende lo que digo, porque lo hago para envolverme en mi discurso, tratar de buscar esos símbolos pegados a las palabras que puedan llevarme a descubrir mientras le habla al otro quien soy. Y no siempre es solo mi historia, mis vivencias mis recuerdos, otras veces lo que hablo es ese discurso que escuche, que me dijeron, que esta grabado en una placa de un parque o que esta escrito en un libro de texto. Las personas somos un gran discurso, con distintos temas que se engloban en un solo sujeto, información condensada en lo que a veces y solo por partes podemos ver en un espejo.

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