Trazar un mapa
Alejandro Juárez
El viaje había sido muy largo, ciudad de México, parada en
Querétaro y Guanajuato, por fin, cuando pensaba que no llegaría, pude ver la
entrada a Guadalajara, llena de coches. Miraba por la ventanilla para recordar
tiempos pasados. Estando todo tan oscuro solo podía mirar pequeñas luces, que
salían de las casas, unos cuantos negocios abriendo, jóvenes en las paradas de
autobuses. Parecía ser un día normal para esas personas. Llegando a la estación
de camiones, en lo único que podía pensar era en tomar un buen café, para compensar
lo poco que había dormido. Un panecito de empaque rojo con un café de maquina
fue lo único que pude conseguir. De ahí a la parada de taxis.
—Señor ¿Me puede llevar hacia la zona del centro?
Desde dos calles
antes pude ver la casa de mis padres, en la que parecía no pasar el tiempo,
muchas construcciones, casas abandonadas, gente vendiendo en la calle, pero
parado de frente a la casa, parecía todo tan igual, todo como ayer. He caminado
tanto para irme de aquí, la universidad, el matrimonio, los hijos, el divorcio,
las 10 horas diarias en la oficina y aquí de regreso, tan igual. Me llego un
sentimiento de soledad, pensé que era normal, al fin y al cabo, estaba de
regreso en mi ciudad para enterrar a mis padres, con 15 años más, sin la
omnipotencia de la juventud y sin un solo cabello en la cabeza. Me quedé esperando,
como si alguien fuera abrir.
A lo lejos, un
hombrecito gordo.
—¡Primo!
Soy yo, Luisito, estoy aquí para recibirte.
Tomé su mano y le dije que me guiara hasta el funeral, me
pregunto si quería tomar un baño antes, pero quería que esto terminara rápido
para volver a mi casa y seguir con el trabajo. Nos fuimos caminando hasta un
pequeño velatorio.
Hola tía, hola tío, hola Sr. Rosales, Sra. López y nombres
que no recuerdo, que unas palabras en memoria y que para donde mueven los
cajones, que si los quiero abiertos o cerrados, las flores cerca o en la
entrada. Toda la noche intenté dormir, entraba y salía de la funeraria en busca
de un descanso.
No pude dormir. Después del velorio, quisimos apresurar todo
y llevarlos al cementerio a enterrarlos, antes de que esto pasara todos esperaban
un emotivo discurso, solo dije.
—Gracias por asistir, Seguramente mis padres los querían
mucho y por eso están aquí.
Solo hablé con una mujer, escote candente y un vestido
arriba de las rodillas. Termino siendo mi prima, Alicia, a la cual no pude
reconocer porque había dejado de ser una niña. Yo quería hablar de romance,
pero en cambio ella me hablo del accidente de mis padres y como les gustaba
salir por las mañanas a los pueblitos cercanos para desayunar y volver por las
tardes. Se había convertido en su único hobby, ahora también en la razón de su
muerte. Nadie espera que su pasatiempo los mate, aunque supongo, que es bueno
morir por las cosas que nos hacen sentir vivos.
Me hubiera gustado viajar de regreso esa noche, pero el cansancio
me estaba venciendo. Mientras todos se despedían, la tía Sofía, una gorda ya
pasada de años, me invitó a quedarme con ellos, no acepte. De tanto hablar con
personas de las que tengo la sensación de no conocer me sentía enfadado,
despedí a todos los que habían ido, uno a uno paso a saludarme y a decirme
palabras que ni ellos sabían lo que significaban, solo les respondía que todo estaría
bien, que ya eran viejos, a todos nos llega la muerte y este tan solo era el
momento de mis padres.
Las personas esperan respuestas de como me siento. Lo único que
puedo decirles es que no está todo tan mal, me puedo quedar con los coches y
las casas. Camine hasta la esquina para tomar un taxi, no podía dejar de pensar
en todas las cosas que estaban pasando.
—Señor ¿Me puede llevar hacia la zona del centro?
Otra vez desde lejos pude reconocer la casa, una vieja construcción
con techos altos, dos esculturas que parecen elefantes con las trompas
apuntando hacia arriba, antes había sentido miedo al entrar, pero esta vez me sentí
confiado, tomé las llaves y pase. Había dejado de ser casa de mis padres para
ser mía.
Quería regresar rápido, así que pensé en dormir y en la
mañana tomar un autobús de regreso, algo paso por la mañana que me sentía más
cansado a pesar de haber dormido por 11 horas. Salí a un supermercado y compré
comida como para un mes, me sentía bastante confundido y no sabía porque lo hacía.
Necesitaba volver o perdería el empleo, el arrendador del departamento podía pensar
que había escapado sin pagar y echar mis cosas a la calle. En ese momento no pensé
en mis hijos y las otras personas que tal vez me extrañarían. Después, un
cambio repentino me di cuenta que nada tenía sentido, no había ninguna razón para
regresar, me podía quedar aquí y nada cambiaria. No había tenido una gran
influencia en algo o en alguien como para regresar, solo quería regresar por la
costumbre, ya sabía que cosas hacer al volver, con quien presentarme y como
moverme con todos los que convivía, eso me relajaba y fortalecía la idea de
volver a la ciudad de México, pero en lugar de eso regrese a la casa, no para
relajarme y pensar, sino que en un intento eufórico de olvidar todo, limpie
cada parte de ella, las puertas, ventanas, el piso y cada objeto debajo de esos
techos altos.
Caminaba por las habitaciones vigilando todo y recordando
escenas que años antes había vivido bajo su resguardo, todo estaba como antes,
los cuartos conservaban hasta su olor, me miraba en los espejos de los baños,
esperaba ver la misma imagen que veía cuando tenía 2 años, o 10 o 15, en cambio
de eso, se mostraba mi rostro con arrugas, los bellos de la cara y mis ojos oscuros,
con un brillo tenue. Abría los cajones esperando encontrar algo tal vez dinero
o alguna cosa de valor, pero como siempre, no pude encontrar nada.
Al paso de unos días sabia donde se encontraba cada cosa.
Solo hay algo de lo que he querido tomar distancia, de ese mapa gigante, se
encuentra en la sala, es grande y nombra cada calle y avenida de la ciudad. Es
extraño porque cuando lo miras de lado parece no tener sentido. De frente,
tiene otro aspecto, rudo y amenazante: enormes líneas que van a la derecha y a
la izquierda. Tapando la mitad, seguiría siendo un buen mapa. Tomo valor y me
acerco; y ahí estaba yo, como cuando de joven. Me sentaba en el sofá verde,
todos los finales de mes con las calificaciones en mano, lo miraba como
esperando a que me hablara y trazara una ruta de cómo resolver mis problemas. El
gran dilema que tenía que explicar. Pero el mapa: Avenida B hacia el sur,
avenida A hacia el norte. Después de unos minutos lanzaba el control de la televisión,
pegaba justo en el centro. Con un grito le decía, tu trabajo es fácil: solo es
marcar donde están las casas, parques, calles y centros comerciales. En cambio,
yo, aquí con mi gran problema, 3 reprobadas y el portón de la cochera abriendo.
Ahora, al verme tan como antes, consternado, sin clara idea
de si algo vale la pena, tal vez y solo tal vez, si es que todavía algo tiene
sentido, tendría que trazar un mapa, un mapa grande, más grande que el de la
sala, para seguirlo, seguirlo como su fiel adepto, desde la A a la Z, con
vueltas, cruces y regresos, nunca volver a improvisar. Tomar la 65 y bajar por
la 43, Avenida C, doblar a la izquierda, paras en la esquina y esperas el
verde.
Trazar un mapa, es un cuento corto inspirado en dos textos de Albert Camus, "El extranjero" y "El mito de Sisifo".
Este texto tiene algo diferente a los anteriores publicados, debido a que recibí recomendaciones de la facilitadora y de mis compañeros de un taller de cuento en el que actualmente pertenezco.
Espero sea de su agrado.